No hay nada más sorprendente y fascinante que el proceso de aprendizaje de un niño. De 0 a 6 años, el cerebro manifiesta un dominio de desarrollo que no se repetirá con el mismo esplendor a lo largo de nuestra vida. Si a esto le añadimos el gran deseo por descubrir y el enorme potencial de vida activa y afectiva que se puede desplegar, la capacidad de aprendizaje a estas edades es incalculable.
Descubrir, experimentar, pensar, observar percibir, expresar, crear, escuchar, imaginar, educar, soñar, sentir, vivir... son los pilares sobre los que construimos el proceso de enseñanza-aprendizaje en nuestra aula.

APRENDER A APRENDER

"Maestro, dímelo y lo olvidaré, muéstramelo y tal vez lo recuerde. Enséñame a hacerlo y lo aprenderé, porque ya es parte de mi vida".
(Confucio)
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"Los niños saben, y si saben, todo cambia.
... Saben porque viven en una familia descubriendo muchas cosas y desarrollando muchas habilidades. No podemos pedirles que se sienten y se callen".
(Francesco Tonucci).








sábado, 5 de abril de 2014

FAMILIAS LECTORAS

ESCUELA DE FAMILIAS

   La implicación de las familias en el proceso educativo de sus hijos e hijas tiene un efecto multiplicador beneficioso. Está demostrado que su participación y colaboración con el centro educativo, además de ser un derecho y una necesidad, es un elemento muy importante para el éxito escolar de estos.
Por ello, ésta es otra de las actividades que estamos llevando a cabo en colaboración con las familias:
Algunos jueves durante todo el curso vendrá un padre-madre a leernos un pequeño cuento.
  Se trata de realizar una actividad en colaboración con la familia, para fomentar el gusto por la literatura, a la vez que trabajamos los valores.
El primer padre ha sido Jose Luis, el papi de nuestro compañero Roberto, que nos ha leido:
Los dos conjuros



"Había una vez un rey que daba risa. Parecía casi de mentira, porque por mucho que dijera "haced esto" o "haced lo otro", nadie le obedecía. Y como además era un rey pacífico y justo que no quería ni castigar ni encerrar a nadie en la cárcel, resultó que no tenía nada de autoridad, y por eso dio a un gran mago el extraño encargo de conseguir una poción para que le obedecieran.

El anciano, el más sabio de los hombres del reino, inventó mil hechizos y otras tantas pociones; y aunque obtuvo resultados tan interesantes como un caracol luchador o una hormiga bailarina, no consiguió encontrar la forma de que nadie obedeciera al rey.

Se enteró del problema un joven, que se presentó rápido en palacio, enviando a decir al rey que él tenía la solución.
El rey apareció al momento, ilusionado, y el recién llegado le entregó dos pequeños trozos de pergamino, escritos con una increíble tinta de muchos colores. 
- Estos son los conjuros que he preparado para usted, alteza. Utilizad el primero antes de decir aquello que queráis que vuestro súbditos hagan, y el segundo cuando lo hayan terminado, de forma que una sonrisa os indique que siguen bajo vuestro poder. Hacedlo así, y el conjuro durará para siempre.
Todos estaban intrigados esperando oir los conjuros, el rey el que más. Antes de utilizarlos, los leyó varias veces para sí mismo, tratando de memorizarlos. Y entonces dijo, dirigiéndose a un sirviente que pasaba llevando un gran pavo entre sus brazos:
- Por favor, Apolonio, ven aquí y déjame ver ese estupendo pavo.
El bueno de Apolonio, sorprendido por la amabilidad del rey, a quien jamás había oído decir "por favor", se acercó, dejando al rey y a cuantos allí estaban sorprendidos de la eficacia del primer conjuro. El rey, tras mirar el pavo con poco interés, dijo:
- Gracias, Apolonio, puedes retirarte. 
Y el sirviente se alejó sonriendo. ¡Había funcionado! y además, ¡Apolonio seguía bajo su poder, tal y como había dicho el extraño!. El rey, agradecido, colmó al joven de riquezas, y éste decidió seguir su viaje.
Antes de marcharse, el anciano mago del reino se le acercó, preguntándole dónde había obtenido tan extraordinarios poderes mágicos, rogándole que los compartiera con él. Y el joven, que no era más que un inteligente profesor, le contó la verdad:
- Mi magia no reside en esos pergaminos sin valor que escribí al llegar aquí. La saqué de la escuela cuando era niño, cuando mi maestro repetía constantemente que educadamente y de buenas maneras, se podía conseguir todo. Y tenía razón. Tu buen rey sólo necesitaba buenos modales y algo de educación para conseguir todas las cosas justas que quería.
Y comprendiendo que tenía razón, aquella misma noche el mago se deshizo de todos sus aparatos y cachivaches mágicos, y los cambió por un buen libro de buenos modales, dispuesto a seguir educando a su brusco rey".
Enseñanza: La cortesía y los buenos modales facilitan tanto la comunicación con los demás que se pueden conseguir muchas más cosas que a través de la autoridad y la discusión.
 Desde aquí te damos las gracias y te mandamos un beso, nos hemos divertido mucho escuchándote.


El príncipe y el juguetero 

Un cuento para aprender a valorar los juguetes y compartirlos.



 Remedios, la mamá de Sergio, nos leyó amablemente este relato






Había una vez un pequeño príncipe acostumbrado a tener cuanto quería. Tan caprichoso era que no permitía que nadie tuviera un juguete si no lo tenía él primero. Así que cualquier niño que quisiera un juguete nuevo en aquel país, tenía que comprarlo dos veces, para poder entregarle uno al príncipe.
Cierto día llegó a aquel país un misterioso juguetero, capaz de inventar los más maravillosos juguetes. Tanto le gustaron al príncipe sus creaciones, que le invitó a pasar todo un año en el castillo, prometiéndole grandes riquezas a su marcha, si a cambio creaba un juguete nuevo para él cada día. El juguetero sólo puso una condición:
Mis juguetes son especiales, y necesitan que su dueño juegue con ellos - dijo - ¿Podrás dedicar un ratito al día a cada uno?
¡Claro que sí! - respondió impaciente el pequeño príncipe- Lo haré encantado.
Y desde aquel momento el príncipe recibió todas las mañanas un nuevo juguete. Cada día parecía que no podría haber un juguete mejor, y cada día el juguetero entregaba uno que superaba todos los anteriores. El príncipe parecía feliz.
Pero la colección de juguetes iba creciendo, y al cabo de unas semanas, eran demasiados como para poder jugar con todos ellos cada día. Así que un día el príncipe apartó algunos juguetes, pensando que el juguetero no se daría cuenta. Sin embargo, cuando al llegar la noche el niño se disponía a acostarse, los juguetes apartados formaron una fila frente él y uno a uno exigieron su ratito diario de juego. Hasta bien pasada la medianoche, atendidos todos sus juguetes, no pudo el pequeño príncipe irse a dormir.
Al día siguiente, cansado por el esfuerzo, el príncipe durmió hasta muy tarde, pero en las pocas horas que le quedaban al día tuvo que descubrir un nuevo juguete y jugar un ratito con todos los demás. Nuevamente acabó tardísimo, y tan cansado que apenas podía dejar de bostezar.
Desde entonces cada día era aún un poquito peor que el anterior. El mismo tiempo, pero un juguete más. Agotado y adormilado, el príncipe apenas podía disfrutar del juego. Y además, los juguetes estaban cada vez más enfadados y furiosos, pues el ratito que dedicaba a cada uno empezaba a ser ridículo.
En unas semanas ya no tenía tiempo más que para ir de juguete en juguete, comiendo mientras jugaba, hablando mientras jugaba, bañándose mientras jugaba, durmiendo mientras jugaba, cambiando constantemente de juego y juguete, como en una horrible pesadilla. Hasta que desde su ventana pudo ver un par de niños que pasaban el tiempo junto al palacio, entretenidos con una piedra.
Hummm, ¡tengo una idea! - se dijo, y los mandó llamar. Estos se presentaron resignados, preguntándose si les obligaría a entregar su piedra, como tantas veces les había tocado hacer con sus otros juguetes.
Pero no quería la piedra. Sorprendentemente, el príncipe sólo quería que jugaran con él y compartieran sus juguetes. Y al terminar, además, les dejó llevarse aquellos que más les habían gustado.
Aquella idea funcionó. El príncipe pudo divertirse de nuevo teniendo menos juguetes de los que ocuparse y, lo que era aún mejor, nuevos amigos con los que divertirse. Así que desde entonces hizo lo mismo cada día, invitando a más niños al palacio y repartiendo con ellos sus juguetes
Y para cuando el juguetero tuvo que marchar, sus maravillosos 365 juguetes estaban repartidos por todas partes, y el palacio se había convertido en el mayor salón de juegos del reino.

Autor..



AQUÍ TENEMOS A LOS PAPIS QUE AMABLEMENTE HAN VENIDO EN LAS  ÚLTIMAS SEMANAS A COMPARTIR CON NOSOTROS UN RATITO PARA LEERNOS UN  CUENTO:










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