Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.
Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú
Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y
preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó
el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el
Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
- ¿Por
qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina.
- No te
preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile
pero, ¿podré ir así, con estos vestidos tan feos?
Su madrina no hizo más que tocarla con su varita, y al momento sus ropas se cambiaron en magníficos vestidos de paño de oro y plata, todos recamados con pedrerías;
Ve al jardín y tráeme una calabaza
Cenicienta fue en el acto a coger la mejor que encontró y lo llevó a su madrina,
sin poder adivinar cómo esta calabaza podría hacerla ir al baile. Su madrina la vació y dejándole solamente la cáscara, la tocó con su varita mágica e instantáneamente se convirtió en un bello carruaje todo dorado.
Luego pidió a Cenicienta que mirara dentro de la ratonera, donde encontródos ratones vivos. Le dijo a Cenicienta que levantara un poco la puerta de la trampa, y a cada ratón que salía le daba un golpe con la varita,
y el ratón quedaba automáticamente transformado en un brioso caballo; Así hizo dos caballos de un hermoso color marrón y gris ratón.
Como no encontraba con qué hacer un cochero
Cenicienta le llevó otra trampa donde había dos ratones gordos.
Tan pronto los trajo, la madrina los trocó en dos lacayos que se subieron en seguida a la parte posterior del carruaje, con sus trajes galoneados, sujetándose a él como si en su vida hubieran hecho otra cosa.
Una vez ataviada de este modo, Cenicienta subió al carruaje;
pero su madrina le recomendó sobre todo que regresara antes de la medianoche, advirtiéndole que si se quedaba en el baile un minuto más, su carroza volvería a convertirse en calabaza, y sus lacayos en ratones, y que sus viejos vestidos recuperarían su forma primitiva. Ella prometió a su madrina que saldría del baile antes de la medianoche. Partió, loca de felicidad.
La llegada de Cenicienta al Palacio causó gran admiración.
Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche.
Sus hermanas tras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven. En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh,
Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación atravesó el salón y
bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.
Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó
un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a
recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a
quien le fuera bien el zapatito.
Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato,
pero cuando se lo puso Cenicienta
vieron con estupor que le estaba perfecto.
Y así sucedió que el
Príncipe se casó con la
joven y vivieron muy felices.
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